Eran las seis de la tarde menos doce y, aunque no estaba enfadado, deseaba que aparecieras de pronto. Tenía esa necesidad indescriptible de hablarte porque pasó mucho tiempo de la última vez que lo hice. El momento de ponernos al día en cuanto a nuestras vidas había llegado: desde que me llamaste al móvil diciéndome que te esperara sentí cómo la verdad de estos últimos meses fluía por mis venas. Ya estaba listo para contarte mi historia, la historia que pude pronosticar a medias la última vez que nos vimos. Y apareciste con una sonrisa, de esas que me hacen pensar lo afortunado que soy por ser tu amigo. Y me dijiste que era de otro mundo por ser exageradamente puntual: es que cuando alguien me importa, lo mínimo que puedo darle es mí tiempo.
Caminamos juntos por una calle a la cual parecíamos no importarle y llegamos a ese local miraflorino que te trae tantos recuerdos. Unos helados, un café, una bebida; no importaba lo que íbamos a pedir sino lo que teníamos que confesarnos. Esta vez me tocaba empezar a mí porque yo llevaba el pecado más grave y quería liberarlo. Ahora ni si quiera recuerdo cómo empecé a decirte detalladamente lo que sentía. Sentados frente a frente, la verdad brotaba por la mirada. Lo cierto es que empecé a hablar y tú a interrogarme. Y fuimos entrando juntos a una especie de espacio en blanco, en donde tú y yo podíamos pintar de recuerdos las paredes.
–No sé por dónde empezar, hay mucho que tengo que decirte– dije algo inquieto, mirando el interés de tu rostro en uno de los acontecimientos particulares que te había comentado. –El tres de enero es ahora una fecha más significativa– dije con el corazón abierto.
En realidad no quería sorprenderte con palabras bonitas pero así fueron saliendo:
–¿Recuerdas que te dije que si yo pretendía algo esto debería ser como para que entre por la puerta grande?– pregunté con un aire irónico, pues ya sabías lo que sucedió entre ella, pero querías los detalles.
–Sí– respondiste prontamente sin dar paso a más preguntas tontas. Pude sentir cómo desbarataste mis temores, me diste confianza mientras empezaban a atender nuestro pedido.
En el cielo un degradado de colores pasteles llamaba mi atención mientras que dejaba mis gafas a un lado para no distraerme. Corría un viento fuerte y nos cambiamos de mesa por una más alejada de la puerta; no sabía si debía volver a sentarme frente a ti o si hacerlo a tu lado pues quería contarte la historia más extraña de mi vida (al menos de los últimos meses) sin que otros pudieran escucharla. Pero mientras iba desplazándome fui recordando cómo es que llegaste a mí y obtuviste tanta confianza, ya que yo soy de los que tardan en confiar. Luego de dicha interrupción retornamos a esa sala blanca, así comenzaba a describir el contexto de la última vez que platicamos.
–La vez pasada me quedé en que tenía dos caminos para llegar a una posible felicidad– dije algo inseguro pues estaba apelando a un recuerdo de muchos meses atrás. –El primero de ellos era, si no me equivoco, el volver a mis raíces: el chico solitario que entrega su tiempo a quien realmente lo necesita–. Suspiré mientras mi mirada deambulaba con algo de cortedad –y el segundo era luchar esperando por aquella persona que he querido y ha estado conmigo todo este tiempo, en las buenas y en las malas– terminé mirando otra vez al cielo, buscando el celeste que previamente me había llamado la atención.
Me miraste algo desconcertada y creí que no había descrito bien el contexto en el que nos quedamos. Pero luego sonreíste tímidamente y dijiste que continúe. Supuse que no importaba si lo había dicho con exactitud, estaba allí para contártelo todo. Antes de que pudiera seguir llegaron nuestros pedidos, dilatando más el momento. Un batido de fresa para ti y un pie de manzana para mí. Cuando era niño solía decirle a mi madre que me prepare dichos manjares y reposé un segundo en la sonrisa maternal que mi madre solía darnos a mi hermano y a mí al consentir nuestros antojos infantiles. Pero por enésima vez ya me estaba desviando aún sin siquiera pronunciar palabra alguna. Creo que tu compañía hace volar a mi imaginación, hace despertar a ese niño que guardo para mí y hace que juegue como en un pasado lo hacía. En mi ser, ese tímido niño esconde mis miedos y sale cuando hay compañía agradable.
Y por fin empecé, luego de probar un bocado de mi plato, te dije con voz serena:
–Pues bien, temo que en lugar de entrar por la puerta grande lo hice por la falsa. Finalmente pasó lo que alguna vez he soñado pero fue tan desbordante que no supimos controlarlo. Ella y yo nos besamos–. En tus ojos pude notar lo increíble que parecía dicho suceso, ni yo puedo creerlo hasta hoy. Aunque antes ya te había contado situaciones similares, en esta ocasión por primera vez ella y yo cedimos ante el deseo y la curiosidad, el anhelo profundo traducido en un beso que, pese a estar acompañado de gratas caricias, parecía quedar pequeño ante tanta manifestación de cariño y sentimiento inefable.
–Ella entre mis brazos, mis labios sin saber qué hacer, sus manos posándose en mi espalda, nuestros cuerpos empezando a volar sin darnos cuenta…– describí así el hecho, la primera vez que ambos dejamos todo de lado y sucumbimos ante nosotros mismos, pero no la única.
Tú tomabas un sorbo de tu batido, yo apenas jugaba con la cucharita, la calle seguía siendo indistinta mientras que el ocaso que nos cubría con parsimonia. Proseguí:
–Repetimos la escena varias veces, intentando llegar incluso más lejos: Su cuerpo me llevaba hacia el suyo sin entender que ya estábamos cerca. Pero antes de arribar a la parada final nos dimos cuenta de dónde estábamos y regresamos directamente a la tierra–.
Tu rostro no creía lo que te decía pues todo sucedió muy rápido. Era como si realmente ese año de prohibiciones solo hubiera alimentado el deseo.
–Luego de toda esa demostración de pasión intentamos hablar sin éxito, ella atinaba a decir que estaba mal mientras yo no le encontraba razones. Su principal temor era perderme y cuando me dijo eso le robe un último beso y le prometí que siempre estaría con ella–
Y tú sonreíste, pues parecía que nuevamente el amor me iba a envolver y estabas contenta por ello. Continué:
–Pero decidimos dejar que el tiempo lo diga, ella apenas llevaba pocos días de haber terminado con su novio y yo ya había hecho planes con mi vida solitaria. Pasaron los días y solo hubo silencio. Fueron exactamente veinte días los que conté hasta nuestra siguiente cita. Entonces pasó otra vez…– Hice una pequeña pausa para comer un poco, tú ya habías avanzado con tu batido y tenía que ponerme parejo. Mientras comía, parecía que intentabas adivinar lo que seguiría.
–Día a día no comprendía el significado exacto de lo que había pasado en mi habitación: el primer beso tenía sentido pues era algo que los dos habíamos deseado y, curiosamente, empezó como el beso de un par de niños que se gustan y no saben cómo dar el primer paso–; algo así como el siguiente fragmento de la pelícua My Girl:
–Tras ello me quedé apoyado en su hombro sintiendo sus cabellos rozar con mi piel. El segundo beso llegaría después de que intentáramos hablar sobre el primero. No tenía lógica repetirlo excepto si ambos no hubiésemos tenido tantas ganas de hacerlo. Este beso fue peligroso porque empezó a desbordar nuestro deseo. Finalmente el tercero llegaría por una colisión extraña, casi como en el primer caso. La diferencia es que aquí fue un derroche de pasión y ya te imaginarás qué hubiera ocurrido si uno de los dos no se daba cuenta de lo que realmente estábamos haciendo.–
Parecía que alguna vez hubieses tenido el mismo conflicto en tu vida por la forma en la que mirabas firmemente mis ojos, tal vez tratabas de reconocerte dentro de la historia narrada. Reanudé tras una pausa:
–Pasó, creo yo, el tiempo suficiente como para hablar mejor del tema y así fue que decidimos vernos. Ambos habíamos empezado a trabajar semanas antes así que aprovechamos la suerte de nuestros horarios similares para vernos. Bajo una excusa tonta suya llegamos nuevamente a mi casa, nuevamente los dos solos. Nuevamente los dos cercanos, nuevamente los dos de la mano y nuevamente nos besamos…– No, no fue así.
–A decir verdad, yo la iba besar y cuando ella estaba por dejar que sucediera, me detuvo.– Rayos, ¿por qué me detuvo?– Parecía también anhelar el beso hasta que sentenció: “no podemos volver a lo mismo”.– ¿Por qué no? Me pregunto hasta ahora– así que decidimos huir de aquella mi sala sin si quiera hablar del tema. Vaya tarde tan infeliz. Si nos queríamos, si yo había dejado todo por un momento como ese, si le había demostrado a lo largo de los años que siempre estaría para ella: ¿Por qué no arriesgarse a intentar algo conmigo?– y de pronto, tu mirada de alegría por algo que parecía ser muy bonito se convirtió en una mirada de compasión e impotencia.
Tras esa muestra de apoyo, interviniste para que no me perturbara con el recuerdo. Decidiste así darme tu punto de vista, el cual conciliaba el rencor tuyo que asomaba tras narrar este hecho, con la ilusión, que sería un motivo errado para hacer las cosas. Me diste fuerza para seguir con la narración, una crónica que empezaría a ser triste aunque con una convicción que hasta hoy no me explico. Todo ello parecía, según tú, augurar, aunque sea, el alejarme de la soledad melancólica y alcohólica (bautizada como Melalcohólica). Aproveché este corte para solicitarte que me contaras una parte reciente en tu vida: tu periplo por la India. Aquellos detalles insólitos que viviste en un país distante y, lo más difícil, sin nadie a quien recurrir cuando te hallaste en problemas que ni si quiera habían sido por tu culpa. En ese momento quedé admirado por tu fortaleza pues estaba seguro de que yo no hubiera podido sobrevivir solo en una tierra tan ajena (Algo que más adelante descubriremos que no es cierto)
Conclusión:
Los personajes existieron, los sentimientos también. La consejera de la historia sigue en mi vida y, por cosas de esa caprichosa vida, la persona que me hizo sufrir con un NO es hoy y después de tiempo una gran amiga. El vivir un rechazo es una experiencia que cuesta aceptar. Tal vez nunca sepamos si realmente hubiéramos sido una buena pareja, pero ambos sabemos que solo el tiempo y la sinceridad fue capaz de curar aquella herida de un amor no correspondido. El proceso fue largo, pero los resultados, luego de casi cuatro años de esta anécdota, son inspiradores. Gracias a mi amiga y a aquella canción de U2 que me hizo entender que mi vida, a partir de aquí, se trataría simplemente de Caminar.
Excelente!!!!me transporte a aquellos momentos. Aunque los lugares hayan cambiado,los recuerdos se mantienen intactos.