
Caffé Tabac
Era lunes, el centro estaba alborotado por el paro del metro y por ello llegaríamos tarde a la Facultad. Tus ojos brillaban de felicidad porque estábamos yendo a una Cátedra que te interesaba demasiado sobre Innovación e inclusión social. El Aula Magna estaba repleta y atendimos de pie las palabras del Premio Nobel invitado. Aunque ambos estábamos agotados, tú por el laburo y yo por caminar, no sabíamos a dónde ir luego. La cátedra había terminado y en la Facultad casi nos echaron por andar husmeando donde no debíamos. Ambos bien vestidos, como si hubiésemos coordinado para hacer juego, reíamos al recorrer los pasillos de un lugar al que no pertenecíamos. En el Hall de los Pasos Perdidos me hablabas de historia mientras yo contemplaba atento las esculturas. Este acercamiento intelectual entre nosotros me hizo sentir contento y lo notaste.
–¡Qué gran anfitriona!– dije en mi interior mientras te tomaba una foto en las escaleras. Mucha gente creía que no podía ser tu amigo simplemente porque venía desde tan lejos y presentaba antecedentes de Don Juan en el extranjero. Lo que ellos nunca entenderán es que la amistad no tiene límites y, a veces, nada es lo que parece. –Y ahora, ¿a dónde vamos?–te dije sin saber en dónde estábamos.
–Caminemos por allá– imperativa, con seguridad me dijiste y, sin que tuviera opción a interrumpir, agregaste –esperá, mejor preguntemos si está bien ir por allá–. Pues tú eras, al igual que yo, una turista en tu ciudad.
Dos días después caminaría yo solo por allí y, claro, me enamoraría de ese lugar: La Recoleta. Tu intención era que fuésemos a los museos, en particular al MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) pues exponían en esa fecha las obras de un compatriota mío. Pero era tarde y casi todo estaba cerrado.
–Contame, ¿por dónde paseaste en la tarde?– me preguntaste mientras caminábamos del brazo.
–Estuve por Retiro, tomé muchas fotos en las plazas, bajé por Florida hasta Corrientes, crucé los diques hasta llegar a la Reserva Ecológica y tomé una cerveza en Puerto Madero hasta que pasé por ti– resumí así mi recorrido, viendo en tu mirada el asombro por todo lo que caminé.
En este viaje no solo disfruté de la belleza arquitectónica de Buenos Aires, la elegancia desbordante de sus mujeres, la incansable forma de enamorar de los hombres, la variedad musical en su FM, los tangos en sus calles, la pasión por el buen fútbol y la deliciosa gastronomía porteña. En este viaje, además de todo eso, conocí personas maravillosas, como tú y muchas más de las que espero hablar más adelante. Un tango que me acompañó dicho día fue el siguiente. Curiosamente, siendo un ‘cholo’, me hizo sentir muy a gusto al escucharlo:
Caminamos por el Paseo de las esculturas, errantes pero satisfechos con lo que veíamos alrededor. Y te dije seriamente viendo la hora:
–Te invito a cenar, es tarde y será mejor entrar pronto– pues era el único lugar abierto en el barrio. Te abrí la puerta y la calefacción nos abrumó. Tomamos un lugar y te mostré las fotografías de mi recorrido
–Tengo que decirte algo– me dijiste seriamente, y, sin que pudiera reaccionar proseguiste –Dejá de comparar mi ciudad con otras que ya has conocido–.
El reclamo me sorprendió pero tenía entera validez. Al contar lo que había visto lo decía con nostalgia por París o Madrid, en lugar de dejarme sorprender por las particularidades de una ciudad con su propia personalidad. Era cuestión de expresarme mejor y no me daba cuenta. Pero con ello, llegó un consejo.
–Mirá lo lejos que estás, es momento de que vos cerrés el cuento. Fue una historia muy linda y estoy segura de que no la podrás olvidar, pero si seguís cargando con tu pasado, no podrás disfrutar de tu presente–. Argumentaste, aunque tu sinceridad era demoledora, y seguiste: –Che, ¿no te das cuenta que lo entregaste todo? ¿Qué más tenías que hacer por ella si ya lo habías hecho todo? – y, aunque debí haber respondido: «No hice lo suficiente», asentí con la mirada.
Aquella noche, tras recibir directo al pecho la estaca de la razón y la sinceridad, una de mis conocidas canciones ‘corta-venas’ empezaba a sonar como canción de fondo mientras que, al hablarte, trataba de recuperar los sentidos para atender tus heridas. En un mundo ilógico es comprensible que una persona tan maravillosa como tú padeciera. Era injusto. A ti, una mujer tan sofisticada pero sencilla, directa pero sensible, te tocaba enfrentarte a un nuevo dilema en corto tiempo. Entonces, hice lo que siempre había hecho (pero a la distancia): Ser quien te escuchara y te aconsejara hasta que seas tan fuerte como tu propio coraje.
Aquella noche la pasamos hablando de nuestras vidas, de aquellas anécdotas que, a lo largo de ese corto tiempo de amistad sincera, habían hecho que seamos como hermanos. No había tenido tanta paz hasta esa noche, en la cual, empecé a declarar mi propia independencia –inspirado por ti, mi querida ‘San Martín’–. Aquella noche, sellaste una Alianza jugando entre las hojas arrancadas a tu revista de modas. Y, esa misma noche, entendí que estaba nuevamente en un círculo caprichoso, como aquella vez en Dove Vai.
Conclusión:
Es verdad que en cada historia siempre habrá dos versiones, lamentablemente estas no siempre se parecen. Más adelante ahondaré objetivamente en ambas. También es cierto que las amistades aparecen muchas veces para quedarse y otras para iluminarnos fugazmente. Te doy gracias por haberme hecho abrir los ojos y, aunque más tarde volví a caer por mi torpeza, hoy me doy cuenta que fue a tu lado mi verdadero primer paso, gracias a tus palabras, a tu fuerza y a tu compañía. Porque, como reza una canción que un compatriota tuyo me hizo escuchar: ♫ Todos nos vemos buscando, bien o mal, una salida en el cielo. Adentro llueve y parece que nunca va a parar: Y va a parar… ♫
Hace exactamente un año…. Parece que fue ayer….. Y es que lo bueno vive en nosotros. Te quiero amigo…