Lima Bar

En estos últimos cinco años empezó una revolución en mi vida: Pasé de la vida académica a la laboral, tomé la batuta en el aspecto familiar, conocí el amor en nuevas facetas y mi círculo de amigos se extendió, incluso viajé al extranjero para afianzar esas amistades. Pero hoy solo quiero concentrarme en un cambio particular y es, lejos de toda predicción, la relación con mi hermano. Y es que tenía muchas teorías de si realmente somos hermanos pues, para empezar, físicamente hay muchas diferencias.

Hipótesis:

Mamá, ¿soy adoptado?: él cuando nació tenía el color de piel como la leche y yo la tengo como la canela. Él siempre fue de contextura gruesa y yo de delgada. Y aunque los dos empezamos siendo hinchas de Alianza Lima (Club de fútbol) por culpa de mi padre, él se pasó a “la U” (y el antagonismo se extendería hasta España, siendo él culé y yo merengue). Yo era asmático, él totalmente sano. Yo usaba gafas desde pequeño y el no hasta mayor. Nos gustaban diferentes tipos de platos y él siempre me quitaba mis patatas fritas cada vez que podía. Tal vez estas no parezcan grandes diferencias, pero me planteaba todo esto a los diez años, cuando el mundo era totalmente distinto al de hoy. Podíamos ser la reencarnación de Caín y Abel, o, tal vez, los Gallagher de Lima. Pues a medida que crecíamos las diferencias de personalidad agudizaban la relación.

Respecto a ello, mi madre me explicó que no, que ambos estuvimos en “su barriga”, que debíamos aprender a llevarnos bien: a complementarnos. Que los hermanos no pelean todo el tiempo –ni ella se la cree– y que, mal que bien, debíamos estar unidos. Y claro, éramos unidos para determinadas travesuras. En ese entonces la infancia era más imaginativa y menos realista, nosotros solíamos jugar balón mano en nuestra habitación compartida o fútbol en el pasillo de la casa. Es decir, convertíamos juntos los rincones en donde hoy apenas y cabemos los dos. Nos llamaban ‘lobos’ porque supuestamente perseguíamos palomas pero en realidad no matábamos ni hormigas. Aquí podría abordar el post de anécdotas pero prefiero volver a la idea central.

Los hermanos

¿Cuándo comenzamos a cambiar?

Una escena que marcó nuestra separación fue el cambio de habitaciones, casi como al estilo del episodio ‘Cuartos Separados’ de ‘Los Años Maravillosos’. Yo, siendo un niño enamoradizo y él ya un adolescente, buscábamos tener nuestros espacios. Exigí moverme al estudio y no hubo oposición. Se acabó aquella fortaleza compartida, cual ‘cubil felino’ de los Thundercats. Hoy esa habitación está vacía, esperando el regreso de mi hermano quien se fue de la casa para trabajar como voluntario en Haití. Pero es bonito pasar por allí y recordar cuando nuestra madre nos contaba cuentos o nos amanecíamos con juegos de mesa.

Pero esto no nos uniría, todo lo contrario, así cada uno formó su personalidad y, con una pared de por medio, la confianza que alguna vez pudo existir se esfumó. Pasaron los años y los resultados fueron obvios: él se convirtió en el bonachón, risueño, responsable pero inseguro; yo, por otro lado: amable, serio, muy seguro y responsable. Parecía que teníamos ciertas coincidencias pero nunca buscamos compartirlas. Entonces di el primer paso casi obligado por las circunstancias, lo invité al concierto de Travis y R.E.M. en Lima el 2008. En retribución, él me acompañó por curiosidad al voluntariado al cual yo asistía fervientemente. Al siguiente año, ocurrió nuestro reencuentro formal: con alcohol, consejos y música buena. Luego del Carnaval Barranquino fuimos al Lima Bar, a contarnos nuestras vidas: dos mundos vecinos que no se miraban empezaban así a reconocer que estaban casi cortados por la misma tijera. Era una escena bohemia, un desamor suyo y mis habilidades para mejorar los ánimos. Al fin y al cabo, yo ya tenía experiencia en pre-infartos del romanticismo.

–Soy un gilipollas– dijo frustrado, pues seguía en shock. Él aprendió a hablar en ‘Español de España’ en su viaje a dicho país, y cada vez que estaba picado (aún no borracho) soltaba esas frases que, en aquel entonces, no me eran nada familiares –y ahora ¿qué hago?– continuó cabizbajo, pues había una chica que le gustaba pero las cosas no salieron como las había planeado.

–Yo sé qué se siente– le dije pausado, mientras bebía aquel trago exótico de pisco. Y continué con un consejo que tal vez él no recuerde y que hoy, al reflexionar, llegó a mi memoria ‘caché’: – “Las cosas en el amor, mientras más las planeas, menos salen como las esperas”–.

Lima Bar

Lima Bar – Barranco

Y así empezamos a confiar mutuamente. Solo regresamos una vez más a ese lugar, pues entendimos que podíamos destruir nuestro propio muro de Berlín en la casa. Ya por aquel entonces empezamos a hablar por Facebook –Hey, eso es un logro, no se rían, sino miren cuantos “amigos de verdad” tienen en su lista de amigos de facebook–. Meses después me devolvería el gesto con el concierto de nuestro grupo favorito: Oasis. Ambos hermanos frente a frente, dos tocando en el escenario para un estadio lleno y dos en primera fila gritando abrazados de la euforia. Luego trabajaríamos juntos en el voluntariado y finalmente, me ayudaría en el tema familiar, asumiendo el rol de hijo único en casa mientras yo sería quien estuviera al frente, dirigiendo todo, evitando así que mamá sufriera más con las muertes de sus hermanos.

Pero sería nuevamente el amor el que nos terminaba de poner en jaque, misteriosamente en paralelo, descubriendo así cuánto había madurado: Ahora sí nos entendemos de verdad. Con la experiencia de conocerlo en convivencia, la relación no terminó como suponía cuando era chico. Ahora yo aprendía de Salsa al ir con él a la ‘Descarga en el Barrio’ y él entendía mi punto de vista analítico y perfeccionista. Finalmente ocurrió lo impensado: nos hicimos amigos.

Todo aquello que empezó con una guerra de almohadas y que revivió con la complicidad en los carnavales de Cajamarca es ahora una unión extravagante, alienada y, a veces, conveniente. Pero una unión sana al fin y al cabo. Todo ocurrió porque hubo curiosidad. Y, aunque había gente que nos decía que en el fondo éramos parecidos, parece que no era una idea descabellada, después de todo, eso de ser hermanos. Pues es verdad, la vida misma nos enseñó que estábamos sellados con la misma marca. Aquellos pequeños que jugaban fútbol en las pistas de Limatambo tal vez no vuelvan más, pero al menos quedará huella de que ambos aprendimos una gran lección: A convivir con ‘el enemigo’.

Y ahora que escribo todo esto desde su habitación (antes nuestra), dejaré que suene aquella canción que tanto le gusta. Y que misteriosamente aplica también para los dos, él desde su isla y yo desde la soledad: ♫ Medio mundo más lejos he estado perdido, he sido encontrado pero no me siento deprimido.

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Acerca de PaoloCesare

Calmo, analítico, consejero, buen compañero, gran amigo (eso dicen, no les crean). Me atrevo a escribir para compartir y aprender con Uds.
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