Allí estabas tú:
Sin esa sonrisa, sin las bromas de toda la vida. Sin poder preparar aquella ‘carapulcra’, ni si quiera la ‘chicha morada’. Sin que pueda salir de tus labios aquel posesivo más el diminutivo con los que me solías llamar: ‘mi Pablito’, sin importar que varios años atrás habías pasado a ser tú la pequeña. Sin que pueda tener una oportunidad de darte un abrazo, regalarte algún detalle tonto de esos que me invento, o, simplemente, invitarte aquella mágica ‘agüita’ que tanto reclamabas, engreída. Sin que puedas regalarme algo por mi cumpleaños, que se acercaba, con ese cariño con el que lo hacías, aun cuando apenas tenías para tus cosas, consentidora. Sin poder acompañarme para hacer nuevas travesuras, de aquellos juegos que te inventabas para entretenerme. Sin aquel gatito por el cual escribí mi primer cuento en el colegio, ‘Pirulo’ y sus guantes blancos. Sin que pudieras sahumar en aquella procesión en la que yo te seguía, domingo a domingo, con toda la familia. Sin que pudieras preguntarme por tus hermanos a los que siempre cuidaste y que ya no estaban más con nosotros. Sin que pudiera decirte cuanto lo sentía porque tenía que ser fuerte… Tenía que…
Aquel día apenas y rodó una lágrima por mi mejilla, me conformé con saber que ya no padecerías de aquella enfermedad, que tal vez en aquel ‘Cielo’ te encontrarías con tus hermanos y tu devoto esposo. De aquella rutina funeraria a la cual ya estaba acostumbrado nuevamente me hice cargo, para que tus hijos de alguna manera también se aliviaran y estén unidos, sin ti. Esa soledad cuando llegamos al velatorio, aún cala en mis huesos: El final de una vida, el final de un amor. Una esperanza que solo por fe permanece inextinguible pero que se apaga cuando ya no te puedo ver ni oír. Pero no podía mostrarme débil, mi hermano se escapaba por ratos para preguntarme si estaba bien pero yo fingía y lo empujaba a estar del lado de nuestra madre, sin opciones a profundizar en mi corazón. Ante estas circunstancias no culpo a mis amigos por no acompañarme, es imposible hacer algo que alivie una situación tan crítica: Querer llorar y no poder hacerlo… No poder…
Y llegó un pensamiento frío, solo para aparentar…
Un mar que se confunde con el cielo, la noche mezclada con el día. Hoy la tranquilidad se mezcla con la pena, la vida sigue y solo queda hacer todo lo posible para seguir viviendo, para seguir soñando
Un escenario distinto, meses después el día en que recordamos tu cumpleaños. Siguen el vacío y todas esas carencias que mencioné antes, pero esta vez las lágrimas rodaron sin poder detenerlas. No estaba mi hermano, aunque sí algunos pocos alrededor pero nadie que pudiera frenar aquel goteo incesante que brotaba de mis ojos. Pude sentir ese mensaje tuyo que decía: «llora Pablito, es la única forma de que sigas, no estará mal». Muy ajeno a todo nuestro pasado, tendría que sonreír porque estás descansando de ‘esta vida’: Estás en otro nivel. Has muerto pero estás llena de paz. Y estoy seguro de que «Paz» es lo que querías precisamente que yo sintiera en ese momento, y para ello tenía que botar todo ese temor que había esquivado desde aquel día. Tal vez solo tú sepas que aún te quiero mucho y que me haces muchísima falta. Este día en el que celebraba un triunfo del cual estarías muy orgullosa y tal vez lo hubiésemos festejado juntos bailando, como antes, como en bromas, como en sueños. Y me pregunto por aquella bendita palabra «esperanza»: ¿Qué querrá decir? Si es que aún conservo algo de ella o la he perdido con las decepciones. Querer creer y no sentirse capaz… No sentir…
PD: La función debe continuar
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