Sin límites demarcados, sin peros,
sin arrepentimientos, sin engrandecerse.
Exigirse a uno mismo antes que a los demás.
Vamos por la vida demandando distintas cosas: un mejor empleo, una mejor casa, un mejor profesor, una mejor pareja, un mejor coche, una mejor vida. Y muchas veces caemos en el facilismo del ‘Me gustaría’ sin si quiera poner un poquito de empeño para evitar quedarse en el simple deseo a los dioses. Tal y como existe el miedo a arriesgarse a hacer cosas nuevas por no salir de la zona de confort, existe también ese tácito conformismo con las cosas que tenemos para no pasar por la humillación o el acallar al orgullo. Y hasta cuesta confiar y más aún pensar cómo transmitir el real estado del interior, poniéndole así más trabas al asunto, contribuyendo así con ese pánico que nos paraliza ¿Amigos, dónde están? –preguntamos- cuando, lo cierto es que primero necesitamos amistarnos con nosotros mismos y nuestra libertad.
A veces nos sentimos incomprendidos por no saber cómo dejarnos entender (ojo: no es lo mismo que asumir que los demás son incapaces de entendernos). Empezamos a ubicarnos en medio del bosque con preguntas trilladas como: ¿Qué debo hacer? ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Qué estaré haciendo mal? y solicitamos apoyo a los que nos rodean para salir de allí. Mirando al cielo sin poder aún volar, escuchando al viento sin poder entenderle. Los problemas, cuales quiera que sean, nunca serán más que nosotros. Solo tenemos que exigirnos a la medida de ellos, concertando entre los involucrados una solución saludable. Entonces, si algo nos aflige, no hay que rendirse sino tomar una decisión para ganar las batallas. El desamor, la muerte, la soledad, la traición y hasta las carencias; son todas crueles, pero no son sino una oportunidad para demostrar que pudimos superar todo eso. Podríamos empezar a darle la vuelta al asunto, solos o en compañía de quienes nos dieron un poquito de esperanza. Podríamos salir juntos, escribir o cantar, brindar por los pequeños pasos, agrandar así la zona de confort. No, podríamos no: PODEMOS.
Porque la voluntad de un cambio no amerita quedarse en un mensaje vía whatsapp ni en aquel cartel compartido en el muro de Facebook. Si te vas a comprometer con algo, asúmelo. Más aún si es contigo mismo. Descubre los motivos porque tú los vales, lo vales todo. No, la arrogancia es distinta, esta es la oportunidad de demostrar que no estás conforme. Descubre las herramientas que están en ti para no ahogarte en la desolación, solo o acompañado. Así, cuando mires al cielo de nuevo, ya sabrás volar.
Conclusión
Arriesgarse es la clave en un mundo donde los más acostumbrados son los que se la llevan. Envidia no es, la evidencia es clara: no arrepentirse ni un segundo de cada logro ni tropiezo. El gran cambio empieza en uno por más consejos de los amigos que podamos recibir, nos toca a nosotros armarnos de sus palabras y, batallar por nuestros medios contra aquello que nos enfrente: trabajo, amor, estudio. Que se piensen que somos indestructibles aunque podamos sentir miedos como todos, que se piensen que somos lo que sea… total, ♫de cualquier modo que te toque está bien, de cualquier modo que te toque está mal. Mejor abrir los ojos para saber lo que te gustaría ser.
La mejor forma de encontrarse es esa, perderse… Saludos.
Y hay muchas formas, pero ¿quién lo hace hoy en día teniendo smartphones e internet en cualquier lugar? jaja todo un reto para los valientes 🙂 Saludos
Bueno habrá que intentarlo… Saludos.
Me gusta tu post de hoy. Dan ganas de salir y comerse el mundo.
No siempre arriesgamos todo lo que podemos, ni podemos arriesgar todo lo que quisieramos.
Pero es cierto que basta con cambiar el chip y envalentonarse. Tropezar no es un fracaso y solo los que arriesgan, cruzan el mar.
Un saludo, Paolo.
Tal cual, Mukali. Como siempre, gracias por estar del otro lado leyéndome y comentando. A comerse el mundo, aquí me tienes, pa’ condimentártelo también. Un abrazo