si no hay trabajo o si todo está caro,
si conociste a alguien, si sacaste la licencia,
si te acuerdas de mí o si te vas: me da igual.
Hablar del final de una relación suele ser muchas veces incómodo, tal vez porque siempre hay una parte que ha perdido más en esa ruptura o, quizás, porque aún no estamos seguros de que esa persona o nosotros hayamos aprendido la lección. Mientras eso último ocurre, solemos blindarnos con amigos, familia o simplemente con nosotros mismos y nuestras propias motivaciones, descubrimos quienes somos o quienes queríamos ser. Y eso no quita el dolor, simplemente nos aleja de esa calamidad que suele ser el pensar en quien fue y no será.
Es en ese momento que nos da igual saber de la otra persona, y está de más tener noticias de ella ya sea por redes sociales o por algún amigo en común. No es que le deseemos el mal, simplemente no nos interesa pues estamos en el momento del ‘Yo’. Es una terapia que debe ser controlada pero que funciona y bien, si la sabemos llevar sin confundirla con el rencor. Es como un entrenamiento que permite hacernos fuertes para aquel ríspido momento que podría ser el volver a verle, volver a contactarse y saber que la página quedo atrás. Descubrimos que somos muy distintos, que cambiamos, que nos perdimos al darnos, que nos cambiaron por idealizarnos, que nos dejamos, que cedimos donde no debimos ceder, que realmente quisimos lo que no podíamos, pero valió la pena –más vale que sí–.
Volver a hablar y no sentir nada, ni rencor ni interés como antes, aunque haya química y buen rollo, aunque pueda surgir una sensación mezclada de una añoranza incompatible con la situación sentimental actual, como si fuera una broma, un juego de un ser supremo que te dice: «ahora pues, tan valiente en soledad, veamos cómo te va cuando le tienes enfrente, a ver». Y tomamos el toro por las astas, actuamos con una naturalidad abrumadora, quizás con hipocresía, carcomiéndonos por dentro con preguntas que no son sanas, y ni que decir de las suposiciones, las cuales llegan en una bola arrolladora que, finalmente, sin darnos cuenta, nos entierra. Entonces ¿cómo saber si ya estamos curados? Habrá que seguir probando…
Conclusión
El cliente más difícil es el desinteresado, al que le da igual lo que le ofrezcamos pues ya sabe lo que tenemos y no le vamos a convencer de que la competencia no es mejor que nosotros. El mercado sentimental tiene lo mismo, debemos estar listos para ser ese cliente y también para saber cómo enfrentarlo. Cualquiera sea el caso, todos hemos pasado por alguna etapa similar cuando hemos terminado, victimas o victimarios, y escuchamos ese típico: ♫No me importa si me dejas, no me importa si quieres quedarte…
Si le somos indiferentes es…, como si no existiéramos, saludos.
mas que no existir, tal vez es la manera de hacernos invisibles, estar sin que nos noten, en los pensamientos, en los recuerdos… de donde cuesta sacar… saludos!
Bueno, ser invisible tampoco esta mal a veces….
Me encantado tu manera de definir todas esas sensaciones que entran en juego después de un ruptura. Sin duda, el mejor modus operandi es el clásico: ser valiente en soledad, como bien has apuntado, y después superar la prueba de fuego. Es importante para poder enfrentarse a los demonios pasados. No hay nada más placentero que ese bendito momento en el que, simplemente, ya no pasa nada, ya no sientes nada, o al menos, nada que duela. Felicidades por el post, un abrazo!
Gracias por tu visita y tu gran comentario. Es cierto, es una etapa post ruptura, tiene un cierto inicio despues de la negación y caduca cuando ya estamos listos para ser nosotros mismos despues del «tú y yo». Un abrazo
Excelentes tus publicaciones. Tú sí que nos entiendes… Cordiales saluduos 🙂