Y de pronto, la misma respuesta a la misma pregunta:
El desfile de los peros, la nueva era de hielo,
los puntos suspensivos, la antipatía innecesaria,
la incisividad de rutina y el retorno a las querencias.
¿Cuántas excusas podemos encontrar alrededor de nosotros cuando se trata del amor? Algunas veces de nuestro lado, otras, que vienen hacia nosotros. Todas ellas, en suma, un desperdicio de energía de personajes inseguros que incluso, teniendo claro lo que quieren, parecen no quererlo. ¿Cuántas veces negamos una oportunidad con excusas bobas, esperando el perfect match? Tal parece que esa exigencia que nos impone el mundo la queremos replicar a nuestros sentimientos. Que si tiene todo, le quitamos algo para ver lo que ocurre. Que si le falta algo, en lugar de ver si funciona lo descartamos. Y al final, se siente venir esa frase tan infinita pero que solo queda respetar: «es que ahora prefiero disfrutar de mi soledad». El prefacio de San Valentín, la peor temporada para caer en la friendzone.
Puedo comprender la incompatibilidad, los malos caracteres que chocan y no retroceden, el orgullo que no cede, el clima y el alcohol que todo lo distorsiona. También puedo aceptar que hay incertidumbre en la rapidez con la que puedes conocer a alguien y sentir como, pese a ser pronto, es suficiente como para rendirse al encanto. Con ello, llegan la sinceridad de una mirada, las palabras de admiración. Y así hasta los besos, la entrega sin retorno, la confianza a granel en complicidad con la similitud de dos locos que conversando por horas se pierden en el cosmos de sus propias pasiones. Lo que nunca podré entender es la cobardía del primer pero, el efecto dominó desencadenado por el retroceso, el hashtag convertido en tendencia: el miedo al amor.

Eduardo Sacheri – El Secreto de sus ojos – El «pero» es la palabra más puta que conozco -. «te quiero, pero…»; «podría ser, pero…»; «no es grave, pero…». ¿Se da cuenta? Una palabra de mierda que sirve para dinamitar lo que era, o lo que podría haber sido, pero no es.
Tras la estocada, el aliento retumba como un trémulo cántico de dignidad. Tu tenacidad fue suficiente para llegar a un nuevo nivel: Seguir soñando. Te despiertas del mal sueño, del maldito «pero» que una y otra vez aparece como una burla divina de un Dios no tan serio. Los que te quieren no se cansan de decirte que no es tu culpa, aunque quizás sí. Y empiezas a plantearte si estás listo realmente o si solo fue un espejismo en un desierto sin oasis, en donde la soledad es la mejor compañía y se encuentra, incluso, lejos de ti. Años de derrota, o bueno, de aprendizaje con sabor agridulce. Y hay quien te dice, incluso, que solo has perdido el tiempo. Entonces desenvainas ese orgullo tan potente y sigues, de pie, en ese camino que parece insuficiente, y ves al cielo con ambición, buscando en las estrellas la compañía a la distancia, entendiendo que tal vez, para ti, lo intangible había sido lo justo y necesario. -O tal vez no-.
Llega así el catorce de febrero sin rosas inertes ni peluches hechos en China, sin detalles fabricados en los tiempos libres, con folios de oficina impregnados de cursilería pestilente solo por no tener nuestro estilo. Todo lo que se anida en un día consumista que no demuestra el sentido de un sentimiento injusto. Llegan los «te quiero» sin respuesta, tu mano sin la mía, y la injusta amistad unilateral. San Valentín para ti, san cuernos para mí. Total, para qué querer un sólo día, si lo que uno busca es vivir el resto en amor. Toma tu día de un santo no tan santo, me quedo con un día para preguntarme ♫¿de qué sirve el amor?
El amor llega a aquellos que todavía esperan a pesar que han sido decepcionados, a los que han sido decepcionados, a los que todavía creen a pesar de que han sido traicionados’ a los que han sido lastimados antes. Aun no es el momento, por eso salen los «peros» a veces tontos y a veces justificados 🙂
Gracias por comentar 🙂