¿Qué sabes de mí?
¿Acaso viste más allá de lo que te dejé ver?
¿Qué quieres de mí?
Si ya llegó la hora de partir
Decían que era insensato, que no podía resultar bueno el entregarse ciegamente. Que su perfeccionismo lastimaba por exigir en lo indebido, a todos por igual. Que sus palabras no podían comprenderse en su totalidad, que no era lo que se esperaba pues tenía otro potencial. No prestó atención. Luego empezaron a perder aquella mágica complicidad los que a su lado creía tener, convirtiéndose la distancia de esperanza a obscuridad total. Así fue que empezó la despedida. Se sentía como cuando la muerte, precedida por la agonía, es acompaña por el retumbar de los miedos, el anhelo tácito de lo imposible y el sabor a abandono. Le dijeron: «amigo, aquí estoy». Sin embargo, ya era tarde, la batalla que rindió a escondidas había acabado como nadie imaginaba. Fue un acto cobarde, fue juzgado como tal. Algunos intentaron cargar con suposiciones que, aparentemente, tampoco supieron entender.
Estaba listo para presentar las cartas y renunciar, lo supo desde el momento en que el viaje se arruinó, incluso desde antes de abordar. Lo supo desde aquel engaño sin culpables, desde que le tocó salvarse, desde que sintió lo que significaba amar de verdad, desde las distancias. Entendió, a su modo, que ya había cumplido. Que era el momento de partir, dejarlo todo: quizás inconcluso, quizás suficiente, cubierto de metamensajes y señales de desvío. Para qué continuar con incertidumbres complejas de intervenciones fugaces, para qué esperar más. Ya no quedaba nada de sus sueños, no le quedaba voluntad. Caminaba en el desierto de personas egoístas buscando lo distinto, lo que yacía extinguido. Mendigaba paz en tiempos de guerra, y poco a poco, lo que encontraba ya no le bastaba. Ya nada era suficiente.

Mario Benedetti – La Tregua – «¿Usted ha pensado alguna vez en el suicidio? Yo sí. Pero nunca podré. Y eso también es una carencia. Porque yo tengo todo el cuadro mentar y moral de suicida, menos la fuerza que se precisa para meterse un tiro en la sien.»
Antes de terminar con todo, escribió:
No te arrepientas de lo que no pasó, disfruta de lo que tienes, aunque sientas que sea escaso y creas merecer más. Que tu sed de gloria crezca con cada victoria, cada pequeño paso, cada sonrisa arrebatada al olvido. Todo eso que eres capaz y que tal vez a nadie le importe, hazlo por ti. Dar, eso es lo tuyo. Sueña hasta cumplirlo y cumple hasta soñar nuevamente. No te dejes ahogar en lo cuadriculado de una vida esquematizada, con personas sin alas ni días sin sol. No supongas de quien tienes en tus manos, no supongas más. Busca y pregunta sin miedo, en confrontar a tiempo también hay amor. Y cuando llegue la noche, no llores por el vacío que quedó allí, piensa que todo lo vivido trascendió. Ya no importa si nadie más lo entiende: Solo importas tú esta vez.

HJ-Story.com – Algunas veces me siento solo en la noche y me siento triste y no estoy seguro de porqué…
Desapareció en una sombra paulatinamente, llevándose las sobras de un amor incompleto y lastimado. Lo que ninguno pudo ver en él no fue la entrega ni su extraña manera de decir las cosas, fueron las hemorragias internas, lo que le consumía los sueños. Eso que definía poéticamente y que adornaba para no ser detectado. No era desconfianza, era su elección. Ya es tarde para entenderlo, ♫no volverás a ver la mirada triste del chico que observaba el infinito…
La muerte duele más a los vivos que a los muertos porque hay que convivir con los vacíos, con lo inconcluso, con las respuestas que nunca llegarán y hasta con la soledad. Creo que la peor muerte es cuando olvidamos a quiénes ya no están (vivos o muertos), el olvido entonces es una agonía, más para los olvidados que para quiénes olvidan. Cuesta tanto encontrarse en el olvido, de uno mismo, de otros, la memoria parece frágil y el tiempo tan volátil.
Yo agregaría a tu post esta canción:
I know its over – The Smiths