De copas y corazones,
reyes y reinas sin colores.
Las cartas sobre la mesa
y dos que no podrían ser.

Ulises Sánchez – Nadie podía entender cómo era posible que, conociéndose tantos años, tantos rincones del alma, hayan decidido ser sólo amigos. Y es que pocos entenderían que encontraron en la amistad un lazo irrompible, algo tan puro e inmaculado. Pocos entenderán que entre la amistad de un hombre y una mujer también hay amor.
¿Hasta cuándo existirá esta asincronía entre los dos? -ella se preguntaba-. ¿Hasta cuándo aparecerán las malditas puertas que se cierran en la cara? ¿Cuándo se detendrá esta mala racha de rechazos inconscientes y de miedos predominantes? ¿Habrá lugar para las respuestas? -cuestionaba con desesperación-. Y es que, con los años, solo le quedaba la insaciable curiosidad, las ganas de obtener la respuesta a todas aquellas interrogantes que no se atrevía a compartir por temor a no ser correspondida. El miedo al «no me entiendes». Y mientras más pasaba el tiempo, las preguntas seguían acorralándole en miradas, en palabras ambiguas de misterio infinito, dejándole sin poder encontrar respuestas por su cuenta. Cuando se juntaban, compartían como dos víctimas de la misma enfermedad. Un par de locos que caminaban por horas para entender que, quizás, en este laberinto, las respuestas se encuentran adentro, en lo propio: Algo tan tuyo que solo puedes dar a quien tú quieres, cuando quieres de verdad.
Entre botellas de vino y fiestas, compartieron en incontables noches sus aventuras y recuerdos. De pronto, un juego peligroso empezó mientras ella sonreía como la primera vez que se vieron. Ella empezó a desnudar sus emociones pasadas con una precisión forense, sembrando así la intriga, mordiendo la fruta del pecado y compartiéndolo. Se veía delicioso. Él intentaría acercarse, con caricias y confesiones, hasta recibir el primer «pero». Y por pensar las cosas, él se dio cuenta de que avanzar se iba a convertir en retroceder, lo cual no es coherente. De pronto, se miraron a los ojos y fueron incapaces de ver lo que construyeron todos estos años. Delante de ellos yacía un puente que, por haberse fijado en ese origen mágico con un final no tan feliz, amenazaba con caer. Después de todo, no se podía vivir mirando hacia atrás. Pese a ello, como queriendo huir de la realidad, entre sonrisas y copas, él se llevó el corcho y ella la botella. Ella ambicionando más y él conformándose con lo mínimo. Ella sonreía, eso era suficiente. La alegría de volver a verse como dos que alguna vez pudieron ser y nunca fueron -o tal vez sí-.

Y, viste como es – Cruzás a través de una gran multitud. Sin darte vuelta, tirás la mano para atrás y esperás. Ella la toma. No se pierden nunca más.
No hay nada más que aclarar cuando la historia acaba sin siquiera haber empezado. Ya no hay nada más, excepto, caminar juntos por nuestros senderos. Y mientras decidan alegremente andar cerca del otro, se recibirán con el corazón en escucha, sin atreverme a más que regalarse sonrisas y sinceridad. Ella no se daba cuenta, el misterio se acababa cuando le hacía sonreír como nadie más lo hizo en su vida. Después de todo, pese a no estar predestinados, son conscientes de que juntos así se está muy bien.
Yo confieso, ante un «Dios» no tan poderoso, que si tú me brindases la paz que tanto necesito, yo sería capaz de entregarte mi corazón sin burocracia alguna. Porque eso es lo que necesito ahora, sin preguntas ni nostalgias, aunque no seas capaz de verlo. Sin embargo, si continuases con la distancia, yo seguiré con el misterio, y sólo sabré mantenerme al margen mientras la incertidumbre entre tú y yo nos dice cómo armar lentamente este rompecabezas de amor. Y mordiéndome la lengua, en la desesperación, diré tardíamente que ♫lo único que me calma es tu voz atendiendo el celular, contestando un «hola amor» que me hace acordar que tengo hogar.
Cómo siempre Pablo, genial!